viernes, 24 de octubre de 2008

La sirena


Los caminos de las letras no se borran... a veces se esconden, a veces se bifurcan... pero no se borran. Es por eso que retomo la palabra escrita tratando de hallarme mientras encuentro la letra precisa.
Hoy les reproduzco una carta que hallé en una playa, en una botella. Carta que habla de cuan grande son los amores, casi tan grandes como el mar:
"Escribo esta carta sin sobre porque el mensaje ya ha llegado, la escribo porque necesito dejar en este mundo el testimonio de un corazón navegante que desanda mares en busca de un sueño.
Una tarde de agosto, mes cuando los huracanes azotan el Caribe, ebrio de sol y arena conocí una sirena. Su risa amable me cautivó y sin cruzar palabras nuestros corazones hablaron largamente. Charlaron de cuentos de marinos, de cunas de coral, de palacios custodiados por tiburones, de delfines jugando en las olas. Esa tarde terminó con un beso sabor a sal.
Así, todas las tardes me encontraba con la sirena. Mis amigos me llamaron loco y poco a poco me fueron abandonando. A veces la madrugada me encontraba deambulando en el puerto solamente esperando el ocaso para hablar con mi sirena. Otras veces eran las estrellas quienes me sorprendían sentado en la playa mirando fijamente el mar y rogando a Neptuno que la protegiera.
La sirena me enseñó a conocer los cardúmenes de peces por el reverbero que forman, las corrientes que habitan bajo la superficie por el color del agua, me enseñó a correr olas inmensas. Yo le enseñé todos los nudos aprendidos en mis años de marinero desde que apenas era un grumete, le instruí sobre los peligros de las redes que capturan al atún pero también al delfín, le mostré lo agradable que puede ser una hoguera en la playa en una noche fría.
Un día tomé mi bote de tres velas y me lancé al océano con mi sirena. Conocimos la calidez de las playas blancas de Los Roques, la extraña frialdad de las playas de arena negra volcánica de Tenerife. Nos zambullimos en las aguas cristalinas de Cartagena. Nos congelamos en el ártico. Oímos el canto de las ballenas en Comodoro Rivadavia. Tejimos frazadas con algas del mar de Japón. Nos atragantamos de ostras en Sicilia. Vencimos la poderosa corriente de Cabo de Hornos. Tuvimos hasta la desfachatez de remontar el Orinoco tan sólo por jugar con tortugas y toninas. Navegábamos en el día y retozábamos de noche. De día conocíamos el mundo, de noche a nuestras almas. Años de navegación junto a ella fueron el obsequio que el destino me otorgó.
Una a mañana de septiembre la sirena no apareció al lado el bote. Desesperado esperé por dias, semanas, su regreso. Angustiado estuve esperando ver la silueta de mi sirena aparecer sin saber que hacer.
Aquí y ahora ya lo sé: Mientras escribo esto en el horizonte se perfila el tifón. Terrible, poderoso, cruel. Debo enfrentar el tifón para salir a buscar a mi sirena. La Rosa de los vientos me pregunta, la brújula me apunta y la quilla crepita ante la inminencia de la tormenta. Es por ello que requiero dejar escrito mi decisión: Iré tras mi sirena.
Ahora corto la cadena del ancla y la proa se dirige al nubarrón. Si algún día no se sabe mas de mí habrán ocurrido dos cosas: Conseguí a mi sirena o morí con su dulce nombre en mis labios"

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